jueves, 8 de enero de 2009

La pieza faltante

La pieza faltante
Narra la historia de una rueda a la que le faltaba un pedazo...
Narra la historia de una rueda a la que le faltaba un pedazo, pues habían cortado de ella un trozo triangular. La rueda quería estar completa, sin que le faltara nada, así que se fue a buscar la pieza que había perdido.

Pero como estaba incompleta y sólo podía rodar muy despacio, reparó en las bellas flores que había en el camino; charló con los gusanos y disfrutó de los rayos del sol. Encontró montones de piezas, pero ninguna era la que le faltaba, así que las hizo a un lado y prosiguió su búsqueda.

Un día halló una pieza que le venía perfectamente. Entonces se puso muy contenta, pues ya estaba completa, sin que nada le faltara.

Se colocó el fragmento en el cuerpo y empezó a rodar. Volvió a ser una rueda perfecta que podía rodar con mucha rapidez... Tan rápidamente, que no veía las flores ni charlaba con los gusanos.

Cuando se dio cuenta de lo diferente que parecía el mundo cuando rodaba tan a prisa, se detuvo, dejó en la orilla del camino el pedazo que había encontrado y se alejó rodando lentamente.

La moraleja de este cuento, es que, por alguna razón, nos sentimos más completos cuando nos falta algo.

El hombre que lo tiene todo es un hombre pobre en ciertos aspectos: nunca sabrá qué se siente anhelar, tener esperanzas, nutrir el alma con el sueño de algo mejor; ni tampoco conocerá la experiencia de recibir de alguien que lo ama lo que siempre había deseado y no tenía.

Hay integridad en la persona que acepta sus limitaciones y tiene el suficiente coraje para renunciar a sus sueños inalcanzables sin considerar que por eso ha fracasado.

Hay entereza en quien ha aprendido que es lo bastante fuerte para sufrir una tragedia y sobrevivir, que puede perder a un ser querido y aun así sentirse completo. Ha atravesado por la peor experiencia y salido indemne.

Cuando aceptemos que la imperfección es parte de la condición humana y sigamos rodando por la vida sin renunciar a disfrutarla, habremos alcanzado una integridad a la que otros sólo aspiran.

Eso, creo yo, es lo que Dios nos pide: no que seamos perfectos ni que nunca cometamos errores. Sino que seamos íntegros.

Y, finalmente, si tenemos suficiente valor para amar, compasión para perdonar, generosidad para alegrarnos con la felicidad ajena y sabiduría para reconocer que hay AMOR de sobra para todo el mundo,... entonces podremos alcanzar una satisfacción que nunca otra criatura viviente tendrá jamás.

Gentileza, Marian Benedit


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