Navegando por el río más contaminado de Sudamérica
"Cómo le venía contando...", dice el capitán del buque al viajero que no le escucha, pues acodado en la baranda, vomita el desayuno que hace un rato a compartía con los tripulantes.
No es por efecto de la navegación, pues el Petronila se desliza suavemente como si levitara sobre la superficie aceitosa del río. Es el olor a heces y a compuestos químicos que había soportado estoicamente, hasta que divisó el cadáver de un perro, henchido y cubierto de moscas, flotando por el lado de babor. El capitán le alcanza un vaso de limón exprimido y le palmotea cariñosamente la espalda. "No se preocupe, a todos les sucede igual".
Había escuchado y leído que el Riachuelo es el cauce más contaminado de Sudamérica y que en su recorrido de 65 kilómetros, atraviesa las zonas más pobladas del Gran Buenos Aires, dejando a su paso una estela de enfermedades para las cuales los médicos no encuentran remedio. Pero una cosa es consultar los informes en el ordenador y otra zarpar desde el muelle de la Boca con rumbo al sureste.
Son las 8:30 y el velo de neblina se levanta dejando ver miles de recipientes de plástico suspendidos como boyas multicolores sobre un caldo viscoso. A cierta distancia, en tierra firme, se divisa la mole de las fábricas que a través de los arroyos tributarios, eyectan en el río 125.000 metros cúbicos diarios de metales comunes y pesados: plomo, mercurio, cobre, cadmio...
El Petronila se detiene para que Daniel Frenkel, el médico que nos acompaña, pueda realizar un experimento con las burbujas que se forman junto al casco. Las toca con una pértiga y nada ocurre.
Después de varios intentos, las hace estallar no antes de que adquirieran el tamaño de un balón de fútbol. Un fuerte olor a ajo invade la cubierta. "Es por la alta concentración de nitratos y de mercurio. Este compuesto impregna las napas freáticas de las orillas. Se filtra en los pozos de donde la gente extrae el agua para beber. Los nitratos producen en los niños un tipo de cianosis mortal conocido como el síndrome del bebé azul", explica.
Daniel trabaja de voluntario en un policlínico de la Villa 11, unos de las 400 poblaciones de chabolas emplazadas en las riberas del Riachuelo. Haría falta una enciclopedia para consignar todos los males que Frenkel debe combatir, desde alteraciones neurológicas, hasta los cánceres de piel, pulmonar o estomacal pasando por la metahemoglobinemia, una rara enfermedad de la sangre que en esta zona es de carácter endémico.
Dejamos atrás las orillas boscosas, para adentrarnos por un tramo de meandros, donde las chabolas están construidas sobre pilas de basura. Un niño nos ve pasar; lo saludamos y él nos responde con un gesto obsceno.
En la cuenca del Riachuelo, que ocupa un área de 2.300 kilómetros cuadrados, viven más de 5 millones de personas: inmigrantes o hijos de inmigrantes que vinieron desde las provincias del interior en busca de trabajo.
Enfermedades relacionadas con la contaminación
El 55% de la población no está conectado a la red de agua potable: los aljibes que los abastecen están pegados a los pozos ciegos de las letrinas, creando un suelo esponjoso en el que prolifera un inventario de bacterias. Cada día el Riachuelo absorbe 375.000 metros cúbicos de residuos cloacales. Una parte se descarga en el Río de la Plata, el resto decanta en el cauce formado, junto con los vertidos industriales, un lecho de 4 millones de metros cúbicos de lodo ponzoñoso.
Frenkel sostiene que el 75% de los moradores de la cuenca padece de alguna enfermedadrelacionada con la contaminación. "Es una estimación cautelosa. No se han hecho estudios, porque las autoridades temen que el resultado exponga ante el mundo su inoperancia", dice el médico.
Los planes de saneamiento de la cuenca forman una montaña de papeles que se viene acumulando desde principios de los 90, sin resultados prácticos. "En esos años todavía era factible resolver el problema con los medios que las autoridades municipales tenían a su alcance. Imagínese lo que habría que invertir hoy para mover a los chabolistas y sobre todo para trasladar a las industrias contaminadoras que pagan coimas siderales a los inspectores de sanidad, para seguir envenenando el río con total desparpajo", dice el capitán.
Jaime Bustamente es el patrón de la Petronila, un barco arenero que fue adaptado para investigar el río y sus tierras adyacentes: la mayor cloaca a cielo abierto del mundo, según el criterio de los bioquímicos que realizan mediciones de forma voluntaria y que luego levantan un clamor que no llega hasta la Casa Rosada, pese a que la sede presidencial queda a unos 15 kilómetros de la miasma y al abrir las ventanas, los inquilinos pueden aspirar sus efluvios.
A fin de navegar por estas aguas, densas como el petróleo, Bustamente acopló una serie de filtros al motor del barco. "Aquí el doctor dice que estoy exponiendo mi salud (el aire está saturado de hidrocarburos policromados). La mascarilla que uso a veces queda ennegrecida con una especie de hollín", cuenta el capitán.
De regreso al embarcadero, observamos a los turistas que pasean por el pintoresco barrio de la Boca y a unos ciudadanos que se acercan con cañas de pescar adonde desde hace décadas no se ha visto un pez. Sus siluetas se reflejan en el espejo verdinegro del Riachuelo.
Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/2009/02/28/internacional/1235834943.html
Algunas Fotos
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